sábado, 14 de mayo de 2011

Siempre quedarán las Gilli



Cuando desde España soñaba con venir a Bali mi imagen mental de esta isla era la de un remanso de paz y armonía, con playas larguísimas de arena suave y blanca, con agua cristalina y fondos repletos de corales multicolores. Imaginaba que aquí cualquier sitio estaría más o menos cerca de la playa, y que se me olvidaría durante mucho tiempo lo que es sufrir atascos o aglomeraciones. Mi imaginación me jugó una mala pasada, porque lo cierto es que Bali, pese a contar con lugares maravillosos, con playas de postal, paisajes increíbles y enclaves cuya belleza te deja sin respiración, puede ser todo lo contrario del paraíso en muchas ocasiones. Las insuficientes infraestructuras no están ni mucho menos preparadas para la avalancha de turistas que vienen a pasar sus vacaciones, seguramente con la misma imagen mental equivocada que yo tenía. Las arterias principales de Bali se colapsan con mucha facilidad, especialmente en temporada alta, y trayectos de unos 15 kilómetros, que deberían suponer veinte minutos en coche, se convierten en una hora o incluso más. Además, la población local, y también muchos extranjeros incivilizados, tira basura en cualquier parte, de manera que en la mayoría de las playas es fácil encontrar botellas o envases mecidos por las olas o acompañando en la arena a los cangrejos al atardecer. Y no sólo basura, las ofrendas que los balineses colocan en la orilla del mar a diario, pequeñas bandejas hechas con hoja de plátano que llenan con flores e incienso, y que nadie recoge después, se convierten en una fuente más de suciedad que se va acumulando hasta el infinito. Las playas que están alejadas de las zonas turísticas no se limpian regularmente, de forma que, si la marea decide llevar allí los desperdicios, lo que debiera ser una de esas idílicas playas solitarias sólo para aventureros, se convierte en poco menos que vertederos de basura. El gobierno Indonesio debería tomar medidas para que Bali recibiera a los millones de turistas limpia y arreglada, pero no parece que estén dispuestos a crear planes de desarrollo sostenible para que la isla siga creciendo de forma razonable y sensata. Es la gallina de los huevos de oro, pero si el crecimiento continúa desmesurado, si se siguen construyendo sin control más hoteles, más villas y más negocios, pero no se ponen en marcha las infraestructuras, servicios de limpieza, carreteras, campañas educativas... necesarias para que esta enorme rueda siga girando, llegará un momento en que la burbuja estallará y se les acabará el chollo.

La preciosa playa de Gilli Meno

Pero siempre quedarán las Gilli. Estas pequeñas islas situadas muy cerca de Lombok, en las que no circulan coches ni motos, sólo bicicletas y carros tirados por caballos. Desde Bali se tarda entre hora y media y dos en llegar en uno de los numerosos barcos rápidos que salen del puerto de Benoa o Padang Bai. Las Gilli son una delicia. La más grande, Gilli Trawangan, llena de gente joven y guapa, ideal para salir de fiesta si no tienes niños o tienes la suerte de poder colocarles con alguien. Gilli Air es la mediana, con una variada oferta hotelera para todos los gustos y bolsillos, y montones de buenos restaurantes al borde del mar, además de unos fondos marinos espectaculares llenos de peces tropicales y tortugas. Gilli Meno, la hermana pequeña, es la que tiene la mejor playa de arena blanca y agua cristalina, y es perfecta para ir en familia, tumbarse al sol y hacer castillos de arena. Sólo espero que con el tiempo estas islas se mantengan así de inmaculadas, que no llegue a ellas el desarrollo desmedido que está acabando con la belleza de Bali y de tantos otros lugares que un día se llamaron paraíso.

Atardecer desde Gilli Air