viernes, 3 de junio de 2011

Hasta siempre Bali

A ratos me invade la nostalgia, y extraño Bali sin saber muy bién qué es exactamente lo que echo de menos, pero con una melancolía infinita y ganas terribles de montarme en un avión para recorrer de nuevo los 30.000 kilómetros que nos separan. Otras veces me maravillo de las comodidades del primer mundo y disfruto como una niña con cosas que antes daba por sentadas, como una interminable ducha caliente, una cama en la que poder dormir hasta tarde sin que al amanecer te despierte un concierto de sonidos de la naturaleza, las carreteras sin socabones por doquier, o simplemente la limpieza de las calles.

A menudo me sorprende la frialdad de la gente, la escasez de sonrisas, las miradas huidizas que evitan los ojos para posarse en lo que llevas puesto, en lo que tienes. Me gustan los días largos, pero se me antojan eternos acostumbrada como estoy a irme a dormir a la hora que aquí estoy empezando a cenar.

Disfruto con la eficacia del día a día, y la vida me resulta infinitamente más fácil y cómoda que en la isla que añoro. Extraño a mis amigos, y me pregunto a diario qué estarán haciendo, calculando las seis horas de adelanto que ellos llevan.

Me alegra tener a los míos cerca, pero no estoy segura de que ellos sepan descubrir que he cambiado, que no soy ya la misma que se fue de Madrid hace casi un año. Algo dentro de mí ha dado un vuelco y tendré que encontrar otra vez mi sitio en esta mi ciudad que ahora me resulta tan nueva y reluciente.

No he soñado aún con Bali pero sé que lo haré, y será la isla perfecta, la isla que yo siempre imaginé. Y sé que una pequeña parte de ella se ha posado sobre mí, delicadamente, sin hacer ruido, como una de las numerosas mariposas que nos saludaban por la mañana. Y aquí se queda. Ojalá no me abandone nunca. Hasta siempre Bali.